22.5.11

Hotel Rock View, Abuja (Nigeria)

Pasé los primeros días en Rock View Hotel.

La única vista que tenía desde mi ventana era la calle, desierta, que daba a la parte de atrás (yo me pregunté por dentro ¿"Rock View..."?). No pasé mucho tiempo en aquella habitación, sólo me acogía en las noches después del día, me daba la bienvenida con un chorro de aire fresco que salía desde el aparato de aire acondicionado. No era consciente del calor real que hacía afuera hasta que llegaba a mi habitación, la 103, y sentía ese chorro de aire en la cara.

Se agradecía.

El hotel, como la propia ciudad, aspiraba a ser algo más de lo que era. Una enorme cama presidía la habitación. Venía acompañada por un imponente cabecero... ambos parecían haberse construido a propósito, hecho el uno para el otro, juntos para siempre o nada más. También tenía dos sillones con una mesita y unas pesadas cortinas colgaban delante de la ventana.



cama habitación 103


El baño era espacioso, alicatado en verde botella, un tanto claustrofóbico (he de confesar) en el que la suciedad podría pasar desapercibida (cosa que no comprobé, me fié) y en donde las aspiraciones triunfales del hotel quedaban en entredicho cuando uno decidía tomar una ducha y comprobaba que el caño de agua era minúsculo y que todo había sido puro escaparate, un intento de aparentar ser otro alguien.
Aun así, disfruté de las duchas, del chorrito de agua caliente que deseaba salir y salía... poco a poco. A veces, envuelta en aquellos azulejos y enjabonada hasta las cejas (en un intento de sentirme limpia y fresca) me pregunté cómo iba a deshacerme de toda la espuma que coronaba en mi cabellera...


baño habitación 103



En el Rock View había buen ambiente. Todo eran sonrisas y bienvenidas. Había un vigilante en mi planta (¿o en todas?, no lo sé), 24 horas.

Yo me pregunté por qué. Sin respuesta.

Los uniformes diferenciaban a cada trabajador en su sector: recepción, restaurante, portería, seguridad, jardinería, lavandería... me fui con las ganas de hacer alguna foto. En el hall había unas columnas de cuadritos de cerámica de color rojizo y beige que combinaban cómicamente con uno de los uniformes. Aprendí entonces, que una foto no espera, que no puedes volver mañana o la semana que viene, que hay que superar la inseguridad o el miedo a preguntar. Que hay que patearse el trasero y creer ser valiente, si no, no hay foto, no hay emoción y al llegar la noche, desolación.

¡Ay! tantas cosas...