27.5.11

Un hombre gris.

Conocí a un hombre gris.

Ni blanco ni negro. Gris.

El hombre gris, no se alteraba, el hombre gris no corría a ningún lado, el hombre gris amaba (a escondidas) y sonreía (con esfuerzo). El hombre era blanco y vivía en un país de negros pero era tanto el tiempo que había pasado allí que, yo, creo, él era gris.

Torpe y eficaz, las dos cosas a la vez. Tímido y feroz, las dos cosas, sí.

Yo conocí a un hombre gris, que de primeras, blanco, no me gustó. Lo rechacé en la manera en la que uno aparta las cosas que no le gustan en el plato de la comida. Parecía bobo y absurdo, parecía creerse fuerte frente a los hombres negros. Mandaba y aspiraba alto sin importarle nada más. El hombre blanco que encontré en él, no me gustó. De primeras.

El hombre gris seguía allí, aún al pasar de los días.

No sé en qué momento vi al hombre negro. Yo creo que él ya lo era, pero yo no pude verlo. Hasta después.

Sin saber cómo, descubrí que el hombre gris, de segundas, era negro. Negro por dentro, me mostró sin quererlo un corazón dolorido. La vida le había elegido sin dejarlo elegir a él. El hombre negro, amaba a los otros hombres negros. Ayudaba y amaba a los otros hombres negros. Disfrutaba en la tierra de negros. Sabía moverse y comportarse. Conocía la manera de... para... entonces, perdoné al hombre blanco dentro del gris, que de primeras no me gustó.

El hombre gris se mostró como las flores pequeñas, que florecen tímidamente al avanzar la primavera.
El hombre gris se compartió y me dejó entender muchas cosas. Aquél hombre gris, me ayudó mucho en mis días perdidos, en el hambre por culpa del picante, me salvó de las "pepper soup", me abrió su casa, me prestó su coche, me enseñó los secretos de su tierra...

Yo conocí a un hombre gris. Un Africano. Y solo puedo decir, gracias.

Gracias al hombre gris.