12.4.11

Ángel de la Guarda.

Recuerdo que hacia calor, llegaba tarde a clase.
Decidí ir caminando para disfrutar del buen tiempo, quería oxigenar un poco mi mente, andaba metida en mi primer trabajo fotográfico y me había atascado. La pasión por el tema era mayor que mi técnica, que todo lo que sabía sobre fotografía... ni hacia delante ni hacia atrás, así estaba yo, justo aquél día en el que decidí ir caminando a la escuela.

Ya estaba cerca, miré el reloj. Las 16:50h y aún me quedaba un tramo...

De repente, una voz. En inglés: ¡Ayuda! ¡Ayúdame!

¿Hablas inglés?

La voz parecía dirigirse a mí. Yo, dándole vueltas a mi tema y con tensión por la hora, justa ya para mi clase, no me di cuenta. Dos pasos más adelante, vi a aquél hombre.

Creo recordar su nombre, ¿Stephen?. Nigeriano. 30 y largos años. Abogado (o eso entendí). Más de 4 años entre África y Europa, en aquella línea que separa el sueño de la impotencia.
Un viaje en patera, por fin, Madrid.

Día 1.

Sin dinero, perdido, abrumado por la novedad, con miedo, con lágrimas, con dolor...
coches, coches por todos lados, árboles, altos, y muchos, muchos blancos. Algún negro, también.

Así me lo encontré. Lo abracé. Lo abracé y le dije enhorabuena, ya estás aquí... yo no sabía si eso era realmente bueno o realmente malo para él, sólo sé que su mar de lágrimas lo ahogaban hondo y que necesitaba consuelo. Compré un bocadillo, de tortilla. Y un cocacola.

Sus manos estaban secas, su ropa sucia. Su maleta, un macuto rojo en el que no sé qué llevaba.

Tenía un amigo. Este amigo le había apoyado desde hacía años para que llegara a Europa. Llamadas de teléfono, instrucciones a seguir, algo de dinero... necesitaba llegar a Barcelona pero no tenía los medios. Su amigo le había hecho un ingreso en uno de esos sitios que mandan dinero por y a todo el mundo. Sin documentos que lo identificaran era imposible sacarlo, imposible pues, comprar algo de comida y un billete de autobús a Barcelona.

Conocía todos los pasos a seguir. La estación de autobuses, la compañía de transporte, la parada en Barcelona.

El metro.
Era peligroso, le había advertido su amigo.
Viaja sólo, que nadie te ayude o la poli verá que eres nuevo, que acabas de llegar.
Sé rápido y astuto. No mires atrás. En caso de "peligro", corre.

Saqué algo de dinero, le recordé el camino a la estación, compré un billete de metro y le di un fuerte beso dentro de la estación de Atocha. Estaba nervioso, asustado a la vez que feliz y entusiasmado. "Good Luck!"- grité. "God bless you!", respondió.

Le escribí mi número de teléfono en un papel. Le pedí que llamara cuando pudiese una vez que llegara a Barcelona.
Nunca llamó.

No sé si llegó. No sé si lo detuvieron en el camino. Quizá esté en Barcelona, con su amigo.



Aquél día sentí algo poderoso. Fuerte. Increíble.
Todas las personas tenemos un alma especial. El alma de este hombre, aquél día era un estallido de emoción, pena y rabia.
Frágil. Atormentada. Engañada. Cansada.


Después de mi encuentro con él, me quedé muy sola. Sentí su adiós de una manera especial. Él me había recordado por qué mi corazón ruge tan fuerte al lado de los que "cruzan", me ayudó a retomar mis fotos y a redirigir mi mirada. Aún hoy ando buscándola, la mirada. No la he encontrado, pero cuando dudo, cierro los ojos, recuerdo su abrazo y sus ojos rotos. Recuerdo que hay que seguir luchando.







PD: espero que llegaras bien, que te hayas encontrado con tu amigo, que hayas podido llamar a tu familia después de tantos años. Si me "encuentras", escríbeme. Good Luck!