24.6.11

Una primera vez. Fulanis.

¿Te has sentido alguna vez observado por primera vez? Yo lo viví allí, fui vista por primera vez. Como un monstruo o como pez de mar, descubierta por alguien que no me sabía.

Los niños me miraban y apuntaban sus pupilas a mi piel.

Mi piel, blanca.

¡Qué rara y qué distinta era esa persona que llegaba a casa con su piel blanca, su pelo liso, su cuerpo extranjero y su ropa extraña!

La distancia era el reto a superar; me sentí tentación de todos, temor de los mayores y talismán de los bebés (sus madres les cogían la mano y en un acto de valentía lograban tocar mi piel con la mano de sus bebés).

Era para mi difícil de entender, a pesar de su sorpresa, de su miedo, de su extrañamiento, nadie allí me impidió pasar y entrar a su pueblo. Estaba rebasando los límites que para ellos separaban lo cotidiano de lo desconocido, aun así, parecía que se alegraban de mi visita.
Al paso del tiempo la situación se fue normalizando incluso los más atrevidos me alcanzaron y rozaron mi brazo con la yema de sus dedos.

Yo, también estaba sorprendida. No sólo por la expectación creada y las reacciones. Para mi estaba siendo también, la primera vez.

Ellos no lo sabían, pero ésa era para mi, la primera vez...  en África, era la primera vez que visitaba un pueblo fulani, era la primera vez que observaba de cerca las marcas en sus mejillas, era la primera vez que veía y tocaba sus casas redondas hechas de barro (entre otras cosas).

Nuestra primera vez.

Pasó la mañana y después, se acabaron los miedos. Nos tocamos, nos besamos y nos abrazamos. Ya no éramos tan extraños y reconocíamos en el otro lo común entre ambos.

No sé qué contarían si fueran ellos los que hoy escriben estas líneas. Me gustaría saber qué recuerdan de aquél día y cómo lo vivieron. ¿Qué pensarían?


No puedo olvidar sus miradas. Yo no vi antes una mirada como la suya.
Sus ojos verdosos, oscuros e intensos, muy intensos; me miraron por primera vez y se quedaron guardados en mi desde entonces.